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Confinamiento, desescalada ¿dónde está la Salud Pública?

Fecha de Publicacion : 23/05/2020
Autor: Joan De Pedro Góme
 

Llevamos más de setenta días en estado de alarma, y parece que estamos empezando a creernos que lo que está pasando es natural, sabemos que la vida puede estar llena de situaciones imprevisibles, pero no podemos olvidar que las consecuencias de esta imprevisibilidad serán devastadoras para muchos de nuestros conciudadanos.

Tenemos derecho a conocer cuanto menos la magnitud de nuestros déficits, a manifestar la solidaridad con las víctimas y a reclamar más inteligencia para planificar un futuro que minimice estos riesgos. Deberíamos reconocer que se actuó con ingenuidad ante las primeras alarmas. Había indicios por las epidemias de los últimos doce años de los riesgos y aun así, los mensajes de calma inicial impidieron entender cuál era la dimensión real de la situación y emprender las acciones adecuadas.

La voz olvidada de la Salud Pública

Cuando se habla de "Sanidad Pública", la gente se refiere habitualmente a la asistencia sanitaria pública en hospitales o en los centros de atención primaria. Pero la "Salud Pública" es prácticamente una desconocida para la mayoría de la sociedad. Es crucial que la población sepa identificarla, conozca su cometido y entienda la importancia de tener unos buenos servicios y recursos de Salud Pública. La Salud Pública reúne un conjunto de actividades de prevención de la enfermedad (campañas de vacunación o de detección precoz de enfermedades), protección de la salud a nivel colectivo (ambiental, alimentaria, etc.), promoción de la salud (barrios saludables, salud comunitaria), que forma parte de la base del bienestar, la salud y la calidad de vida de los ciudadanos.

Y por supuesto, los recursos de Salud Pública cobran más importancia que nunca en una situación de epidemia como la que nos está tocando vivir y sufrir. Los profesionales expertos en epidemiología de los Departamentos de Salud Pública de las Consejerías de Salud y del Ministerio son los que deben y tienen capacidad de desarrollar las medidas y estrategias más adecuadas para su prevención, control y contención. Pero somos un país donde cada uno se siente tener el mejor 11 y ahora hemos descubierto que casi todos somos especialistas en pandemias, olvidando que existen magníficos profesionales con competencia demostrada, dedicados a proteger la salud pública, aplicando para esto la mejor evidencia científica disponible y contrastada.

Al mismo tiempo, hemos visto cómo la sociedad civil se veía obligada a autoorganizarse para dar respuesta a las necesidades de los vecinos de los barrios y pueblos, al igual que las múltiples iniciativas tomadas desde los ayuntamientos para ayudar a paliar las consecuencias de la Covid-19. Porque hemos aprendido que una epidemia no son sólo unas personas a los que hay que tratar de una enfermedad, sino que es un fenómeno colectivo que debe ser abordado desde una perspectiva comunitaria, para ser efectivos. Y que precisa una coordinación y apoyo de la administración pública que hemos notado a faltar. Esto es también Salud Pública.

La fragilidad de la Salud Pública

Es bien conocido por todos los profesionales del sector salud que las estructuras y los recursos en Salud Pública son la hermanita pobre del sistema, sin embargo, desde estas estructuras tan poco reconocidas y menospreciadas en los presupuestos a lo largo de décadas (apenas el 1,1% del gasto público sanitario de Balears, incluyendo el gasto en vacunas) deberían emanar todos los indicadores que han de influir en todas las políticas. La Salud Pública afecta y debe ser tenida en cuenta en todas aquellas decisiones de gobierno importantes a nivel de cada comunidad autónoma y a nivel estatal. Y cuando no pasa esto, nos llevamos sorpresas como esta. No tuvimos previsión, y nos encontramos con insuficiente estructura y medios para afrontar una situación tan compleja.

Esa fragilidad ha dificultado de manera decisiva la respuesta a la pandemia. ¿Cómo es posible que nadie haya valorado la importancia de lo que se nos venía encima? Las autoridades en Salud Publica han carecido de medios y del peso político para hacer oír su voz. Y mucho más grave, nos encontramos una situación, producto del desarrollo de políticas que durante años han debilitado las estructuras necesarias para luchar contra este tipo de emergencias.

Asimismo, la urgencia y la toma de decisiones centralizada de los gabinetes de crisis de composición opaca han descuidado el contar con todo el talento salubrista y epidemiológico presente en las diferentes administraciones, desaprovechando décadas de formación en planes de preparación de respuesta ante alertas epidémicas, comunicación de riesgos y atención a vulnerabilidades. Cabe recordar que la ley de Salud Pública de 2011 tenía previsiones sobre vigilancia en salud pública, sobre planes de preparación y respuesta, sobre un Centro Estatal de Salud Pública, etc. Pero no se realizaron los desarrollos reglamentarios que podrían haber configurado una salud pública coordinada y con potencial para haber preparado una respuesta más efectiva.

A pesar de la precariedad actual de la Salud Pública, y gracias sobre todo a la capacidad de reacción, a los esfuerzos y dedicación de sus profesionales, se ha conseguido una respuesta y coordinación del sistema de salud y la ciudadanía, que ha conseguido una contención muy significativa de la extensión de los contagios. Pero la pandemia también ha puesto de manifiesto la progresiva complejidad de los riesgos a los que se enfrenta nuestra sociedad y de los cuales, la crisis actual es solo el primer aviso. Debe hacernos pensar en una nueva Salud Pública, decididamente reforzada e imbricada en las decisiones políticas, pero lo suficientemente despolitizada como para que al frente de estos departamentos se cuente con profesionales de contrastada capacidad y reconocimiento para que puedan dirigir sin ningún género de dudas crisis como la provocada por la Covid-19.

¿Y ahora qué?

Pues resulta evidente que esta pandemia y el parón social en paralelo a la misma, va a generar innumerables sufrimientos y problemas que atender, escolarización, empleo, problemas emocionales? Pero quizás debamos ocuparnos de lo elemental, por si eso que llaman nueva normalidad no trae consigo las lógicas soluciones que todos esperamos de su mano. Por si acaso, sería mejor ir pensando en un plan sencillo pero que garantice la seguridad de los ciudadanos:

1. Refuercen la estructura de Salud Pública con profesionales con formación y experiencia en esta amplia disciplina llamada Salud Pública, porque llegarán otras crisis y estas deberían encontrarnos con unas estructuras mejoradas, con capacidad real de vigilancia sobre los asuntos que ponen en peligro la salud de la población. Otórguenles autoridad y capacidad de coordinación para generar alertas reales y condicionar las decisiones políticas, cuando estas se toman en contra de la seguridad y bienestar de la población.

2. Promuevan estructuras participativas donde todas las voces sean escuchadas. La base de la participación es la información y la transparencia, y la gestión de esta crisis y del desconfinamiento se ha caracterizado por su opacidad. Incluyendo la participación de las asociaciones ciudadanas y comunitarias.

3. Doten al sistema sanitario público de recursos tanto humanos como materiales, para que no vuelva a morir ni uno solo de nosotros (seamos profesionales o ciudadanos), por deficiencias subsanables conocidas con antelación.

4. Convierta a la Atención Primaria en el eje vertebral del sistema sanitario y hagan de ella un espacio de encuentro con la Salud Pública y la Atención Sociosanitaria. Es el momento de que Salud Pública, Atención Primaria y Servicios Sociales se pongan a trabajar conjuntamente.

5. Desarrollen la Ley general de Salud Pública de 2011 que contiene previsiones sobre vigilancia en salud pública, planes de preparación y respuesta, un Centro Estatal de Salud Pública y coordinación de los recursos en los diferentes niveles.

6. Olvídense de experimentos en la gestión y fortalezcan todas las estructuras sanitarias públicas para garantizar una correcta atención a la población. Recuerden que la primera responsabilidad de la administración pública debe ser garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos y ciudadanas por métodos probados, eficaces y eficientes.


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